viernes, 2 de abril de 2010

Una persona simple

Pues qué caramba, les dejo un texto que escribí en verano, no tiene pies ni cabeza, no es muy inteligente o "inventivo", ya me lo dijo una persona que quiero mucho: "Se nota que no tienes mucha imaginación" ¡BUM!, igual se los dejo, es (o era, no tengo interés en continuarlo) el incio de un relato largo. Se llama "Una persona simple" va, va...

Samuel era un chico normal, más bien simple, que como muchos ansiaban ser algo en la vida, cualquier cosa más allá de un sencillo remedo de la misma. Deseaba ser alguna especie de modelo de pasarela, sin embargo no era posible, apenas medía uno setenta de estatura y pesaba poco más de los setenta kilos, tenía veinte y estudiaba arte, pero lo estudiaba porque no tenía nada más que estudiar.
En sus tiempos mozos se apasionó por la química, después la biología, la ecología, todas las personas pensaron que llegaría a ser médico, pero él tenía muy bien entendido que eso era ridículo. Los médicos era una bola de victorianos bien pagados, decía él frente a la gente que quisiera o no debían escucharlo.
Como una mosca en la sopa de cualquiera, Sam era la novedad que incurría en el alboroto, de esos en el cual el comensal gritaba “mesero, hay una mosca en mi sopa”, la gente solía verlo con una manifestación de hastío, como queriendo expresar “Sam es momento de callar”, pero Sam no lo hacía, ya no quería pertenecer al círculo de la sociedad que se mueve con gran incurrimiento y saludan con poses, ademanes, sonrisas falsas y estruendosas carcajadas que paran en la nadería absoluta. Sam se había escapado de ello, al menos en su mente.
No podía dejar de creer que el ser humano fingía en todo y para todo, dicha teoría no le molestaba en demasía, ni a él y mucho menos a su entorno, quienes de hecho pensaban que Sam también fingía. Y lo hacía, en verdad que lo hacía.
Ante la propensa ansiedad de ser una persona simple se convirtió en una representación del siglo XXI de algún personaje de Somerest Mangham, pero no un personaje que con todo el dolor de su humanidad y la gentileza del espíritu latente del corazón cambia y se convierte en algo “bueno”, sino bueno para la sociedad, bueno para sí mismo. Comprendiendo que la sociedad no es más que un zoológico en el cual estamos condenados a participar por el simple hecho de existir y nacer en ella, con papeles principales y muchos otros segundones, la gente de aquí se movía en los bailes y condecoraciones de allá, después una nueva sonrisa que terminara por adaptarse a las necesidades ajenas (porque siempre existe alguien que necesita una sonrisa aunque dicho gesto sea una completa farsa). Pero Sam no era Kitty Fame, ni jamás lo sería, más bien era una Julia Lambert, ¿pero por qué no podía compararse con un hombre? Siempre las mujeres, siempre se comparaba con las mujeres en la literatura.
Le era más propenso pensar en que él llegaría a ser una arpía social que destruyera los cánones de la misma humanidad, no desde afuera sino por dentro, en el interior del mismo monstro revolotearía dentro de sus tripas, pasando por las fauces. Era lo mismo que en el arte, la cuestión no era adaptarse a los círculos sociales antiguos, la tarea más bien consistía en crear unos nuevos y muy distintos, romper la redondez de la infinidad, pensar que era posible la tarea, como enamorarse, como odiar, tan simple si existe alguna parte del “no sé qué” que mueve a las personas.
El problema era que Sam nunca había amado de verdad y mucho menos odiado. Se había obsesionado, tuvo una creciente obsesión por una chica algo enana de cabello lacio que posteriormente se onduló el cabello. Ella lo sedujo y Sam no tuvo más opción que dejarse llevar. Era muy joven, se decía, pero no existía más juventud que los veinte años; su obsesión había sido a los quince, menos tres años de calamidad consecutiva le daba un resultado que englobaba los trece años y los quince años en un torrente de supuesta pasión y poca productividad, al final la chica lo había dejado por su mejor amigo, quién después de todo demostraría no ser tan buen amigo.
Quizá existía algo en Sam que le indicaba que la sociedad era una basura, pero se preguntaba la osadía de su afirmación, por una parte le parecía osca y sin sentido, un cliché de opinión que le hacía más llevadera la vida; por otro lado no podía juzgar a la sociedad cuando él era parte de todos los ademanes que en ella se empleaban, pero ante toda postura equilibrada, él era un simple segundón, una vacuidad inmoral que trataba de ir a contracorriente, todo eso y además era cristiano, uno muy malo, uno que deseaba serlo por salvar su alma y no perderla en el infierno.

……

Después de su auspiciado sueño de ser modelo fuera roto, auspiciado porque era la única razón que le ayudaba a mantenerse en línea y no subir a los ochenta kilos, Sam prefirió ser escritor, aunque después de conocer al presidente de escritores de su localidad pensó que era necesario mantener las rutinas de ejercicio para no aumentar de peso.
Como escritor deseaba exponer la verdad, como si esta existiera, de una forma mordaz e irónica, pero después descubrió que a pesar de ser una persona totalmente sarcástica, él no podía escribir comedia o algo gracioso, siempre salía a relucir el drama, como una mala película que pretende crear sus mejores chistes con base al sufrimiento ajeno.
Por ello lo dejó por muchos meses. Primero escribió una historia larga sobre el matrimonio y lo infructífero que le parecía, después dejó de escribir, no tenía nada que revelar, porque una vez más la cotidianidad venía sobre él y le escupía a la cara diciéndole: “Sam, eres simple y común”, pero él se negaba y volvía a escribir un relato corto… uno tan simple y común como él.
Trataba de ocultarlo, siempre se mantenía ocupado con tareas extras, perfeccionando una técnica que no valía la pena ser estudiada, como pintar los bordes de tal o cual cartoncillo sin dejar manchas a los lados, así como asegurarse que el pegamento se afianzara bien y así ningún doblez del papel se notara, cosas así, tonterías y pequeñeces, su vida era una pequeñez, pero por insignificante que se presumiera era necesario darle sentido y dejar de auto flagelarse con insípidas concesiones del ser. Si fuera por él, si lo dejaran, se permitiría dormir siempre y a todas horas, inconsciente, así le gustaba verse, muerto también, pero todavía no podía darse ese gusto si es que Dios no lo aceptaba en el Reino de los Cielos, y como el suicidio no estaba permitido, pues no le quedaba nada más que esperar a que Dios le llamara a su gloria, mientras tanto a darle sentido a ese caparazón muerto que llamaba cuerpo. Por eso le llamaron “existencialista” el primer día de clases en la escuela de arte, pero sentirse como tal era mucha cosa, no podía congeniar con la idea de que el hombre pudiera darle sentido a su vida por más vacía que estuviera, era ahí donde entraba Dios, pero al momento en que pensaba que Dios le daba sentido a todo entraba una parte de Sam que le decía “fanático”, y así dejaba las cosas, que Dios hiciera su trabajo con su mente, él ya no podía controlarla, pues a pesar de ser un chico simplísimo, en el intento de dejar de serlo en su cabeza revoloteaban mil ideas. Al parecer, no quería ser escritor para relatar la verdad, más bien quería tener un espacio para concretar todas su amargas e insustanciales ideas para proyectarlas a la posteridad, quizá alguien las leyera y se sintiera atraído por ellas, a tal grado en que la identificación consumiera al lector y a él como escritor en un ansiado éxtasis; pues sí, Sam quería reconocimiento, la forma más fácil de adquirirlo era teniendo un cuerpo hermoso y ser modelo, la más difícil era alejar toda esa simplicidad de él, pero no había forma.
Se sentía como dama de la época georgiana, similar a Jane Austen no tenía más remedio que tener una vida monótona y seguir con ella, o retratarla, explicar su intento de “verdad” para poder dar un mensaje a la gente. ¿Era posible que todo se remitiera al mensaje? No, para Jane Austen las cosas no eran tan simples, ni eran críticas netamente sociales y mucho menos novelas rosáceas llenas de sensiblería, más bien era la maestra que enunciaba al amor sin siquiera citar un beso, la escritora que citaba a todos los talentos que debía tener una mujer y ella no se interesaba en tener alguno, ella era perfecta, una perfecta escritora y una perfecta cristiana, ¿no podía él ser más como ella?
No le quedaba, no le quedaba el ser mujer. Por más comparativos que hiciera, el ser mujer no era algo que le quedara, y no sólo porque no estuviera permitido por Dios pasar a ser del otro sexo de la noche a la mañana, sino porque para Sam no había mayor distinción de sexos, ahí se encontraba otro problema que no hablaba con nadie.

4 comentarios:

  1. Apenas te vi en el centro, en La Casona Spencer, para ser exactos. Me dio penas saludar, además estabas con tu amiga. Y también sumémosle que yo iba a prisa por un libro y un urgente exorcismo, nonono…
    Pero bueno, espero que la próxima vez que te encuentre pueda saludarte.
    Nos vemos!

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  2. Luis!!! Pues tú sólo di hola y ya... JO, sino pregúntale a Davo cómo nos conocimos, le dije hola en la ruta y ya... bueno, es que soy un descarado... supongo (y uso en exceso los puntos suspensivos)
    Gracias por pasar también por aquí. ¿Exorcismo? Jajajaja interesante. Saludos.

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  3. Ajá... El texto es...¿?
    Liguen por otro lado :P

    Bueno... me gustó, usted es una damita (con mi pulgar y mi dedo índice unidos y bajando de forma vertical por en medio de mi pecho).

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  4. Luis JAJAJAJAJA qué buena!!!! El comentario es de lo más gracioso, aunque eso del dedo no lo entiendo... y eso de lugar por otro lado, caramba!!! Qué es lo que has querido decir??? JAJAJA Saludos

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